Con los ojos irritados por las ganas de dormir, me hago un café. El antídoto. Me preparo el desayuno y aparece él. Se ofrece a hacerme un zumo. Yo, sonriendo, le dejo. Me bebo ese zumo, mojo las galletas en café y cuando me las acabo, la taza sigue llena. Nos quedamos hablando.
¿Qué hora es? Las 10 menos cuarto. Ya se me ha vuelto a escapar el tiempo. Pero cabe decir que no hay nada como que se me escape con él.
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