Actualmente las estadísticas apuntan a que el 80% de los matrimonios no superan sus problemas y terminan en divorcio. Hace dos generaciones esto era casi impensable.
La vida, tal como estaba pautada hace dos generaciones, se basaba en cumplir la mayoría de edad, encontrar un buen marido o una buena esposa, casarse, tener hijos. En la mayoría de casos, el marido abastecía a la familia y era el único que trabajaba. La mujer ejercía el papel de ama de casa, ese trabajo tan mal remunerado y tan poco valorado. En tal caso, tras el matrimonio, se tenía hijos y claro, ese marido, fuese fiel o no, era para toda la vida.
Vayámonos a dos generaciones atrás. Se sigue con el ejemplo establecido anteriormente. Nuestros padres se casaban, tenían hijos y muchos de ellos, acabaron por divorciarse. Los estudios indican que, de esa generación, dos de cada tres matrimonios terminaron en divorcio.
Llegamos al siglo XXI. Nuestra generación y posiblemente, la de algunos otros más mayores. Parece haber quedado claro que el modelo establecido hace tanto tiempo no acaba de funcionar. El tiempo discurre con más rapidez. La vida es más intensa. Las distancias más cortas. Todos estos factores hacen que también lo sean nuestras relaciones. Ya casi no se piensa en el matrimonio, sino en el instante. Las relaciones son intensas, lo hacen todo con prisa, no esperan a nada ni a nadie y claro, terminan. Será que la vida ha cambiado y con ello, las pautas. Será que tendremos que adaptarnos a un nuevo estilo. Aprender a vivir, dos, seis, o diez años con una persona, que lo sea todo, que lo hagamos todo y que se desgaste para volver a empezar.
La pirámide de Soflow
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