Es de esos días en que el agotamiento puede contigo. Todo empieza a dejar de tener sentido. Tú pierdes el sentido. Pero llegan las nueve y empiezas a andar. Sola. Como más te gusta. Pasas un grupo de chicas. Al parecer no se han enterado de que había examen. Sigues andando. Te pasa por al lado un extraño y piensas: ya me están adelantando otra vez, y le sigues el paso. Se para porque parece que pasará un coche, pero decidida, pasas por su lado y cruzas. Me sigue. En la rotonda le pierdes y no puedes evitar una risa cuando te giras y ves que se ha chocado contra el árbol. Se mira la zapatilla pero no parece haberse hecho daño. ¿Le digo algo? Se para una mujer delante tuyo con el coche y te pregunta dónde está la facultad de periodismo. Le indicas pero no parece enterarse demasiado. Él sigue a tu lado sin cruzar. Se va ella y antes de decirte que pases, ya ha pasado él. Le sigues porque casualmente va en tu misma dirección. Andáis juntos sin decir nada y vuelves a pensar: Va, ¿le pregunto si se ha hecho daño?. Sonríes y no te animas a ello. Seguís caminando. Misma dirección, pero te distancias un poco. Él acaba cruzando la calle. Cada uno en una acera sin decir nada pero sabiendo que andabais en sentido paralelo. Entonces cruzas, has llegado al coche. Él ha llegado a su puerta. Le miras una última vez con un gesto y te mira mientras abre.
Al rato te das cuenta de que ese extraño te ha arrancado una sonrisa. Te ha hecho sonreír en un día que querías que acabase. Y se ha quedado en tu cabeza como una mera sombra de algo bastante grande: el poder de las personas.
Sin saberlo, se ha llevado consigo el vacío. Lo más probable es que no le vuelvas a ver. Lo más probable es que la vida no nos haga andar en la misma dirección. Pero lo incuestionable es que te ha abierto los ojos, se ha hecho con tu sonrisa y te ha dejado un ligero sabor a vida en la boca.
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