Me moría por sus labios, por su piel café, por aquellos ojos eternos.
Me moría por su voz en una madrugada rota.
Y me rompía yo al oírla.
Se me paraba el corazón con cualquier inocente caricia y sentía demasiado (con aquella connotación tan suya) sin saberlo.
Pero el tiempo te enseña. Sí, desgraciadamente te enseña y te va robando poco a poco la inocencia. Sentir ya no es de ingenuos, sino de sabios. Y con la sabiduría, el daño.
Pero el tiempo sana. Olvida.
Me moría por ella. Me moría por ella mientras el sentimiento iba muriendo. Y me estuve muriendo hasta que dejé de morir.
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