Algunos nos llaman millennials, otros dicen que somos una generación perdida. Si tuviese que ponernos un nombre, diría que somos la generación de las despedidas. Despedidas cuando nos vamos de nuestro país, despedidas cuando nos desapegamos de las cosas para ser más libres, despedidas cuando tenemos el coraje de tomar decisiones que cambiarán nuestro destino.
Empezaré por la primera. Dicen que somos vagos, que no sabemos lo que es trabajar, que no luchamos por ascender dentro de una misma empresa y que en cambio exigimos una progresión simplemente porque toca. Dicen que esperamos demasiado sin dar nada a cambio. Ante esto, voy a quejarme. Un gran número de nosotros nos hemos ido. No por placer (que también) sino por necesidad. Por necesidad a no conformarnos, a salir de nuestra área de comfort y conocer otras culturas y otros ámbitos laborales, por crecer. Y trabajamos mucho. Trabajamos en oficinas donde además de nuestro trabajo del día a día, tenemos que aprender sobre una nueva cultura, integrarnos en un entorno que no es el nuestro y en el que a veces incluso cuesta sentirse a gusto y tenemos que interactuar con compañeros que no entienden nuestro sentido del humor ni nosotros el suyo. Y sí, es una gran manera de compartir tu cultura y curtirte de otras (además de la oportunidad profesional), pero no es nada fácil. Y luego está nuestro entorno fuera del trabajo. Te haces tu lugar, haces nuevos amigos, también internacionales porque así compartís carencias y la nostalgia de estar lejos de casa, y al cabo de un tiempo, otra vez la despedida porque uno u otro decide saltar a otro país.
Número dos - despedirnos de las cosas. Menos es más. Si no le tienes apego a las cosas materiales, tendrás menos preocupaciones por si se estropean, se pierden o te las roban. Además, es una manera de evitar estar atado a una casa más grande, un modelo más nuevo o a dedicarle más tiempo al armario para tomar la decisión de ‘qué me pongo’. ¿Acaso no os pasa que cuantas más opciones, más difícil la decisión? Supongo que también es una manera de decirle ‘basta’ al sistema en el que vivimos. Cada objeto material que adquirimos deja huella en nuestro planeta así que reduciendo nuestro consumo, podemos reducir el impacto negativo y poco a poco devolverle al mundo el oxígeno que le hemos quitado. Además decir ‘adiós’ a las cosas materiales no cuesta tanto como decir ‘adiós’ a las personas que queremos cada vez que cogemos un avión.
Y por último las despedidas que conllevan las decisiones que cambiarán nuestro destino. Ya sea cuando te dices ‘me hago las maletas y lo dejo todo’, cuando decides abrir o cerrar una puerta que abrirá/cerrará un capítulo de tu vida o cuando te aventuras a montar tu propio negocio. Todas esas decisiones siempre vienen acompañadas de una elevada dosis de miedo, incertidumbre y vértigo. Preguntas e interminables posibilidades que se te pasan por la cabeza. ¿Estoy haciendo lo correcto? ¿Me arrepentiré? ¿Me estoy equivocando? Pero supongo que también a todas esas preguntas les has de decir ‘adiós’, despedirte de los miedos para entregarte a la decisión que has tomado. Decisión que por su naturaleza desencadenará en una despedida: despedirte del trabajo, despedirte de tu país o despedirte de las personas a las que quieres.
Perteneciendo a la generación de las despedidas, me resigno a despedirme y tener esa sensación al despegar, cuando oyes como aceleran los motores y se te encoge el corazón, se te hace un nudo en la garganta y empiezan a brotar las lágrimas a medida que vas ascendiendo en ese avión con destino a ese lugar al que un día decidiste mudarte. ¿Estoy haciendo lo correcto? ¿Me arrepentiré? ¿Me estoy equivocando? Otra vez esa sensación de vacío y de vértigo.